reli2010 - TRADICION DE LA IGLESIA


 

TRADICION DE LA IGLESIA

I.-La Biblia

Solamente
una parte de la Palabra de Dios, proclamada oralmente, fue puesta por escrito por los mismos apóstoles y otros evangelistas de su generación.

Estos escritos, inspirados por el Espíritu Santo, dan origen al Nuevo Testamento (NT), que es la parte más importante de toda la Biblia. Está claro que al escribir el NT, no se puso por escrito «todo» el Evangelio de Jesús.

«Jesús hizo muchas otras cosas. Si se escribieran una por una, creo que no habría lugar en el mundo para tantos libros»
, nos dice el apóstol Juan (Jn. 21,25).

La Sagrada Escritura, y especialmente el NT, es la Palabra de Dios, que nos manifiesta al Hijo en quien expresó Dios el resplandor de su gloria (Heb.1,3).

Podemos decir que sólo la parte más importante y fundamental de la Tradición Apostólica fue puesta por escrito. Por esta razón la Iglesia siempre ha tenido una veneración muy especial por las Divinas Escrituras.

II.-Biblia y Tradición


Después de esto podemos decir que la revelación divina ha llegado hasta nosotros por la Tradición Apostólica y por la Sagrada Escritura. No debemos considerarlas como dos fuentes, sino como dos aspectos de la Revelación de Dios. El Concilio Vaticano II lo describe muy bien: «La Tradición Apostólica y la Sagrada Escritura manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal y corren hacia el mismo fin». La Tradición y la Escritura están unidas y ligadas, de modo que ninguna puede subsistir sin la otra.

Además, la Sagrada Escritura presenta la Tradición como base de la fe del creyente: «Todo lo que han aprendido, recibido y oído de mí, todo lo que me han visto hacer, háganlo» (Fil.4,9). «Lo que aprendiste de mí, confirmado por muchos testigos, confíalo a hombres que merezcan confianza, capaces de instruir después a otros» (2. Tim. 2,2).

«Hermanos, manténganse firmes guardando fielmente las tradiciones que les enseñamos de palabra y por carta» (2 Tes. 2,15).


Está claro que el Apóstol Pablo, para confirmar la fe de los cristianos, no usa solamente la Palabra de Dios escrita, sino que recuerda también de una manera muy especial la Tradición o la predicación oral.

Para el Apóstol las formas de transmisión del Evangelio: Sagrada Escritura y Tradición, tienen la misma importancia. En realidad, una vez que se escribió el NT no se consideró acabada la Tradición Apostólica, como si estuviera completa la Revelación Divina. La Biblia no dice eso; en ninguna parte está escrito que el cristiano debe someterse ¡sólo a la Biblia! Esta es una idea que surgió entre los protestantes recién en los años 1550. En la Iglesia Católica hubo siempre una conciencia clara sobre la importancia de la Tradición Apostólica, sin quitar a la Biblia el valor que tiene.

III.-¿Sólo la Biblia?

Es un error creer que basta la Biblia para nuestra salvación. Esto nunca lo ha dicho Jesús y tampoco está escrito en la Biblia. Jesús, reitero, nunca escribió un libro sagrado, ni repartió ninguna Biblia. Lo único que hizo Jesús fue fundar su Iglesia y entregarle su Evangelio para que fuera anunciado a todos los hombres hasta el fin del mundo.

Fue dentro de la Tradición de la Iglesia donde se escribió y fue aceptado el N.T., bajo su autoridad apostólica. Además la Iglesia vivió muchos años sin el N.T., el que se terminó de escribir en el año 97 después de Cristo. Y también es la Iglesia la que, en los años 393-397, estableció el Canon o lista de los libros que contienen el N.T.

Por tanto, si aceptamos solamente la Biblia, ¿cómo sabemos cuáles son los libros inspirados? La Biblia, en efecto, no contiene ninguna lista de ellos. Fue la Tradición de la Iglesia la que nos transmitió la lista de los libros inspirados. Supongamos que se perdiera la Biblia, en ese caso la Iglesia seguiría poseyendo toda la verdad acerca de Cristo, la cual hasta la fecha ha sido transmitida fielmente por la Tradición, tal como lo hizo antes de escribir el NT.

Los evangélicos, al aceptar solamente la Biblia, están reduciendo considerablemente el conocimiento auténtico de la Revelación Divina. Guardemos esta ley de oro que nos dejó el apóstol Pablo: «Manténganse firmes guardando fielmente la Tradiciones que les enseñamos de palabra y por carta» (2 Tes. 2,15).

IV.-El Magisterio de la Iglesia

La
Revelación Divina abarca la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura. Este depósito de la fe (cf. 2 Tes. 2,15; 2 Tim. 1, 12-14) fue confiado por los Apóstoles al conjunto de la Iglesia. Ahora bien el oficio de interpretar correctamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia. Ella lo ejercita en nombre de Jesucristo. Este Magisterio, según la Tradición Apostólica, lo forman los obispos en comunión con el sucesor de Pedro que es el obispo de Roma o el Papa.

El Magisterio no está por encima de la Revelación Divina, sino que está a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido. Por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, el Magisterio de la Iglesia lo escucha devotamente, lo guarda celosamente y lo explica fielmente.

Los fieles, recordando la Palabra de Cristo a sus apóstoles: «El que a ustedes escucha, a mí me escucha» (Lc.10, 16), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas. El Magisterio de la Iglesia es un guía seguro en la lectura e interpretación de la Sagrada Escritura, «ya que nadie puede interpretar por sí mismo la Escritura» (2 Ped. 1, 20).

El Magisterio de la Iglesia orienta también el crecimiento en la comprensión de la fe. Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la comprensión de la fe puede crecer en la vida de la Iglesia cuando los fieles meditan la fe cristiana y comprenden internamente los misterios de la Iglesia. Es decir, el creyente vive la palabra de Dios en las circunstancias concretas de la historia y hace cada vez más explícito lo que estaba implícito en la Palabra de Dios.

En este sentido la Tradición divino-apostólica va creciendo, como sucede con cualquier organismo vivo.

Este es precisamente el significado que hay que dar a las definiciones dogmáticas, hechas por el Magisterio de la Iglesia.

V.-Conclusión


1. Resumiendo, podemos decir que la Iglesia no saca solamente de la Escritura la certeza de toda la Revelación Divina.

2. La Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un único depósito sagrado de la Palabra de Dios, en el cual, como en un espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios, fuente de todas sus riquezas.

3. El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios ha sido confiado únicamente al Magisterio de la Iglesia, a los obispos en comunión con el Papa.

4. La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan de Dios, están íntimamente unidos, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros. Los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de los hombres.

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